Con cada trago de vino las ideas se desdibujaban, el espacio se amoldaba a su cuerpo y la sonrisa se le sucedía. Se dejaba fundir en el rojo borravino que la seducía; olvidando sus temores, sobrepasando las dudas... Aunque no podía omitir al televisor del quinto b, noche tras noche, encendido, interrumpiendo su escritura... Alberta Pía no era de esas personas que se desconcentraban fácilmente, pero en este momento luchaba contra sus propios pensamientos para pemanecer así, acá, en el inalterable presente.
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La copa estaba vacía y tuvo que decidir: otro trago no le vendría mal, pensó. ¿Pero qué era lo que quería escribir? Realmente no lo sabía. Cierto era que estar en contacto con las letras y las palabras era en este momento algo necesario. Alberta Pía se preguntó cuándo había sido que la escritura había tomado un lugar tan central, tan importante... No supo bien qué contestar. Tampoco le resultó imprescindible buscar en el pasado un comienzo: lo importante era saber que esa relación tenía un futuro; un futuro con altos y bajos, seguramente, pero un futuro al fin...
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Entonces Alberta Pía sonrió.
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Finalmente, y luego de "desdibujar", el vino la había hecho "entender": Podía permitirse un presente confuso, porque tenía la certeza de un futuro.
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Así fue como Alberta Pía Jiménez se relajó, se tomó un vino y lloró.