Alberta Pía saltaba, se revolvía, gritaba, gemía... Eran cuatro las piernas y cuatro los brazos: entrelazándose, buscando espacios donde acurrucarse, acariciando, rozando todo aquello que se cruzara en su camino, tratando de encontrar lugares, formas; moldeando, creando... Y de nuevo a saltar y gritar; y sí, y esta vez sí, parecía que sí, hasta que Alberta Pía se vio nuevamente sumida en esa misma frustración que en el último tiempo se había vuelto constante: No podía. Había algo dentro de ella que quizás no quería, la verdad es que no lo sabía; pero la conclusión era que no podía...
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Así fue como Alberta Pía Jiménez se quedó sin un final.