Alberta Pía terminaba de ver la misma película por vez consecutiva. Una después de la otra: sin cortes, sin levantarse del sillón. Vio la misma película dos veces. No sabía por qué, pero la vio. Luego de una vez necesitó verla de nuevo, o simplemente dejó que comenzara de nuevo para no tener que levantarse a apagarla.
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Había pasado la noche entera tirada sobre el mismo sillón, cubierta de frazadas: Quizás escribiendo, quizás pensando, quizás recordando... Hasta que decidió ver una película. O simplemente lo hizo, no era muy claro lo de haber tomado una decisión sobre ello, pero la vio. Era una película que siempre le había gustado mucho: así, en blanco y negro, muy románticamente real...
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Miró el reloj sobre la mesa junto al sillón: Las diez y veinte.
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Miró hacia la ventana y pensó que sería bueno abrir las persianas: Hacía horas que ya era de día.
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Pero decidió dejarlas así, cerradas, mantener esa eterna noche dentro de su casa. No quiso saber si estaba nublado o si había un fuerte sol de primavera.
.No quiso levantar las persianas.
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Subió sus piernas y dejó que su cabeza colgara al borde del sillón. Así, echada patas para arriba, observó el espacio dado vuelta: La mesita junto a la ventana (ahora cerrada), el televisor que aún mostraba los títulos de la película con un clásico jazz de fondo, la entrada a la cocina y la puerta del baño semiabierta. Todo dado vuelta..
. Alberta Pía rió. Pensó que hubiera sido bueno que también hubiera un gato patas para arriba junto a ella... Quizás esa tarde se compraría una mascota.
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Se acomodó, volvió a mirar el mundo aceptando la gravedad que la rodeaba y, finalmente, decidió apagar el televisor.
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Alberta Pía volvió al sillón y se acurrucó entra las frazadas: ya empezaba a sentir sueño.
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Cerró los ojos, así como mantuvo las persianas cerradas, y durmió.
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Así fue como Alberta Pía Jiménez dejó afuera la realidad y descansó.