-¿Entonces te vas?
-Sí.
-¿Y a dónde vas a ir?
-Todavía no sé.
-Pero entonces no te vayas todavía.
-Es que no puedo evitarlo... Tengo que salir...
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Alberta Pía abrió la puerta y salió a caminar sin un rumbo claro. Las ideas y sensaciones se debatían adentro de ella. Ya no recordaba la última vez que alguno de esos debates había llegado a una conlusión clara: sólo existían la confusión y el hostigamiento. Y ahora, sola, andando las calles: el desarraigo y la incertidumbre. Pero también el éxtasis ante lo desconocido.
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En los últimos meses Robertino Andrés se había convertido en su único amigo-amante. El tiempo pasado yendo del 4to C al 5to C había sido intenso: un gran sueño sensual y romántico que la había mantenido guardada. Pero ahora ella necesitaba salir, seguir explorando...
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El movimiento era necesario. Esa era la razón por la cual había venido hacia la ciudad: deseaba vivir sumida en un mundo compuesto por el cambio.
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Caminó y pasó por la puerta del bar de Roberto. Ya hacía tiempo que no entraba. Se sentó a la barra y pidió un vaso de vino.
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Percibió el tiempo: ese tiempo que se movía tan densamente que parecía empezar a detenerse. Alberta Pía sintió el final: El final de algo, lo que en sí no significaba el final de todo.
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-Hace tiempo que no te vemos por acá, piba.- dijo Roberto mientras salía hacia la cocina.
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Alberta Pía no contestó. No tuvo tiempo de contestar: el hombre se había movido demasiado rápido. Pero si hubiera podido hacerlo hubiera dicho: "Es cierto", queriendo decir algo así como que hacía tiempo que ella no se veía a sí misma.
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Miró por la ventana y lo vio pasar. No salió corriendo a buscarlo ni atinó a levantarse de la silla. Sólo suspiró y permaneció en paz. Ella sabía que ese hombre le gustaba: Robertino Andrés era uno de los amores de su vida. Pero ella misma era la mujer de su vida; y ahora necesitaba estar sola.
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Alberta Pía permaneció sentada largas horas. Luego salió a la calle y volvió a su casa. Al entrar a su departamento percibió la soledad de los objetos. Se acercó a la ventana y, como siempre, observó el televisor del 5to b prendido incesantemente: Esta era su cotidianeidad y ella la había olvidado.
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Entró a la cocina y puso agua para un té.
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Prendió su computadora y se sentó a escribir: había dolor, pero había paz...
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Así fue como Alberta Pía Jiménez abrazó la soledad.